Lo estaba viendo venir y sabía que no iba a poder eludirlo. Era demasiado tarde para cambiar la trayectoria que ambos habían elegido. Cada uno por una razón diferente. Y ambos con la misma firmeza en su decisión. Con lágrimas en los ojos esperó el fatal desenlace. Todo lo que nace, muere. Es el axioma más irrefutable de esta puta vida. Nadie ha logrado probar que no fuera cierto porque todos lo hemos experimentado muchas veces a lo largo de nuestra existencia, pese a sobrevivir en muchos casos. Pero esta vez lo veía venir, directo hacia si: dos faros en mitad de la nada nocturna viajando contra él a toda ostia… y, decididamente, no lo evitaría.
[este texto contraviene una de las normas de este espacio: no tiene una temática erótica. Bueno, tal vez sea así… o tal vez no. El caso es que soy aquí la ley, y yo digo que sí la tiene, por el artículo 33 o del 69 si les parece más sexy. Y a reclamar, al maestro armero; y a saber a Salamanca, chatos]